Lágrimas de sangre: el lento y cruel final del hombre “más radioactivo” del mundo (2024)

El 30 de septiembre de 1999, a las 10.35 de la mañana, Hisashi Ouchi, un operario de la planta nuclear japonesa de Tokaimura, se encontraba con un compañero arrojando polvo de uranio enriquecido en una gran pileta de ácido nítrico, para elaborar combustible para usar en un reactor nuclear.

Algo salió mal mientras realizaban este procedimiento, y un destello azul se disparó de pronto de la tinaja en la que vertían el uranio. Fue el principio del fin. La luminosidad era la manifestación de la fisión nuclear que se estaba produciendo, que provocó una alta emisión de neutrones y rayos gamma, los más letales para la salud humana.

Ouchi, que se encontraba justo sobre la gran tina donde se produjo la fisión en cadena, recibió en su anatomía una radiación miles de veces superior a la dosis media anual que puede soportar cualquier ser humano. De acuerdo con un informe realizado por la cadena española Antena 3, el operario recibió una carga radioactiva similar a la emitida en el epicentro de la explosión atómica de Hiroshima.

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De esta forma, este empleado de la planta nuclear se convirtió en el ser humano que estuvo expuesto al más alto grado de radiación en toda la historia. Y esa enorme radiactividad lo destruyó en menos de tres meses.

Masato Shinohara, el otro operario que se encontraba junto a Ouchi, aunque estaba un poco más separado de la pileta, también recibió una alta dosis de radiación.

A causa de este accidente, que solo pudo controlarse 20 horas más tarde, unas 150 personas se vieron afectadas por la radiación -a niveles mucho menores que los de los dos empleados que manipulaban el uranio-.

También debieron tomarse medidas con unos 300.000 habitantes en un perímetro de 10 kilómetros alrededor de la planta: los más cercanos fueron evacuados, y los que estaban un poco más distantes, tuvieron que encerrarse en sus casas.

Hasta que en 2011 se produjeron, a causa de un tsunami, las explosiones en la planta de f*ckushima, el incidente de Tokaimura había sido el peor en la historia de la industria nuclear japonesa.

En el primer momento, tras la fisión, Ouchi se desmayó y fue trasladado al hospital de la Universidad de Tokio. Llegó allí con algunas quemaduras que le enrojecieron la piel. Luego de recuperar el conocimiento, pudo hablar con los médicos. Pero pronto empezarían a aparecer en su cuerpo las terribles consecuencias de la radiación.

La planta de combustible nuclear donde ocurrió el incidente pertenecía a la Compañía de Conversión de Combustibles Nucleares de Japón (JCO) y se encuentra en el pueblo de Tokaimura, en la prefectura de Ibaraki, a unos 130 kilómetros al noreste de Tokio.

Según los informes del hecho, los dos operarios no estaban capacitados para la realización de la mezcla de uranio enriquecido con ácido nítrico. Además, al hacer la tarea de forma manual, no tenían manera de medir la cantidad de ese peligroso elemento químico que debían utilizar.

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De esta manera, mientras que el límite legal de uso de uranio para ese tipo de operaciones es de 2,4 kilos, los hombres que padecieron el accidente habían utilizado unos 16 kilos, de acuerdo con el reporte de caso que dio la señal BBC en los tiempos del incidente. Con esa cantidad, era casi imposible que no se produjera una tragedia.

Un tercer operario, Yutaka Yokokawa, que se encontraba un poco más alejado del lugar del incidente, también sufrió la radiación. Su caso, afortunadamente, no fue tan grave como el de Shinohara, ni como el de Ouchi.

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Para cuantificar el daño, se puede decir que la unidad con la que se mide la radiación es el miliSievert (mSv), y el operario japonés de la planta nuclear absorbió en su organismo tras la fisión 17.000 mSv. Un número terrorífico, si se tiene en cuenta que los servicios de emergencia del accidente de Chernobyl de 1986, estuvieron expuestos a 250 mSv.

Una terrible agonía

Ouchi se mantuvo con vida 83 días en el hospital, pero cada jornada era peor que la anterior. La radiación había acabado prácticamente con todos sus glóbulos blancos y la estructura cromosómica se había alterado, por lo que ya sería imposible que se regenerasen las células de su cuerpo.

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En el proceso de su agonía, el operario comenzó a perder la piel, por lo que fue sometido, sin éxito, a numerosos injertos. Su hermana donó células madre periféricas para intentar recuperar el sistema inmunológico de Ouchi, pero no funcionó. Poco tiempo después se descubrió que la radiación también estaba destruyendo a las células trasplantadas.

Dolores de todo tipo y dificultad para respirar se sumaban a los demás signos de deterioro constante del joven. Hemorragias internas y pérdida de líquidos corporales a través de la piel, que ya no estaba, hacían su situación cada vez más insostenible. Recibía unas 10 transfusiones sanguíneas por día pero las pérdidas no paraban.

Incluso, llegó a sangrar por sus ojos.

Los esfuerzos de los médicos en su intentos por mantener con vida al operario se convirtieron para él en una tortura. Ouchi llegó a rogar que ya lo dejaran en paz. “No puedo soportarlo más, no soy un conejillo de Indias”, musitó el hombre, agobiado por la intensidad de los dolores, de acuerdo con lo que narra el libro sobre este caso, llamado Vida deteriorada: registro de 83 días de tratamiento por radiación, que publicó el canal público Japonés Nippon Hōsō Kyōkai (NHK).

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Entonces, para paliar sus tormentos, los médicos decidieron poner al paciente en coma inducido. Su cuerpo estaba completamente deshecho, e incluso los músculos comenzaban a despegarse de los huesos cuando, al día número 59 de la internación, Ouchi sufrió tres paros cardíacos en menos de una hora. Pudo mantenerse con vida pero no por mucho tiempo más.

Veinticuatro días después, el 21 de diciembre de ese mismo 1999, Ouchi falleció, a causa de una falla multiorgánica. De esta manera, culminaba un período de extremo sufrimiento para el primer hombre que murió en la historia de la industria nuclear japonesa.

En tanto, Masato Shinohara, el otro empleado expuesto directamente a la radiación -absorbió entre 6000 y 10.000 miliSieverts- murió el 27 de abril de 2000, después de soportar varios meses de tratamiento.

En abril de 2001 comenzó el juicio penal contra seis funcionarios de la compañía JCO, incluido el jefe de la planta, Kenzo Koshijima. La condena de este último fue de tres años de prisión y el pago de unos 500.000 yenes (alrededor de 4500 dólares).

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También se llevó adelante una investigación sobre el presidente de la JCO, Tomoyuki Inami, y los otro cinco imputados de esa compañía fueron condenados a penas de entre dos y tres años.

Las condenas dictadas se fundaron en el incumplimiento de las normas de seguridad, y en el hecho de no haber capacitado adecuadamente en este rubro a los trabajadores. Además, a JCO le fue revocado su permiso para continuar operando en el negocio del procesamiento de uranio.

La compañía también debió pagar un total de 121 millones de dólares en concepto de compensación a 6875 litigantes, entre particulares y empresas que denunciaron haber sufrido, de alguna manera, la exposición a la radiación que produjo el accidente, según lo informado por el medio británico LadBible.

Germán Wille

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